Introducción
Para lograr una forma de unidad valiosa con las personas y los pueblos se requiere clarificar el concepto de tolerancia y descubrir su carácter eminentemente positivo, enriquecedor de la personalidad humana. Esta tarea es fácilmente realizable si amamos la verdad incondicionalmente y reconocemos nuestra vocación de seres llamados al encuentro por nuestra propia realidad.I.Aproximación a la idea de tolerancia e intolerancia
En una mesa redonda celebrada hace algún tiempo en Madrid, destaqué la necesidad de descubrir el ideal auténtico de nuestra vida y optar decididamente por él en todas nuestras elecciones. Uno de mis colegas levantó la voz para advertirme, con no disimulada acritud, que perseguir en la vida "grandes ideales" trae consecuencias devastadoras para la sociedad, como quedó de manifiesto en los atroces "doce años" del Nacionalsocialismo alemán. Intenté hacerle ver que "la corrupción de lo óptimo es lo peor que hay", como decían los romanos, y un ideal equivocado puede provocar hecatombes, ciertamente, pero ello no nos autoriza en modo alguno a dejar de orientar la vida hacia el valor más alto. Fue en vano. Se irritó todavía más porque entendía el vocablo "ideal" de forma borrosa, ensoñadora, a modo de meta utópica que uno desea conseguir de forma exaltada e irracional.
Este explosivo colega ¿mostró una actitud tolerante? Si fuera de verdad tolerante, se hubiera detenido un momento a pensar si su concepto de ideal no era demasiado restringido para poder coordinarse con el mío. La angostura y la pobreza de nuestros conceptos nos impiden a menudo ser flexibles en el diálogo y comprensivos con el parecer de los demás.
Figúrate que, para ti, libertad significa poder optar en cada momento por cualquiera de las posibilidades que se te ofrecen; y yo, en cambio, estimo que esta forma de libertad es sólo una condición para ser verdaderamente libre, pues la auténtica libertad consiste en ser capaz de distanciarse de los propios intereses y optar en virtud, no de las propias apetencias, sino del deseo de realizar en la vida el ideal auténtico de nuestro ser de personas. Esta opinión mía contradice la tuya. Si no te esfuerzas en descubrir lo que pueda tener de razonable mi posición y te limitas a sostener la tuya con creciente firmeza, y a decir tal vez que yo opino de esa forma por influencias de tipo religioso, más bien arcaicas y opuestas a la forma moderna de pensar, ¿eres una persona tolerante? Antes de responder, compara tu reacción con la de otra persona que, en una situación afín, me pide que le explique la razón por la que vinculo tan estrechamente la libertad y el ideal. Esta persona, en principio, cree estar en lo cierto, pero, ante mi oposición, no se cierra en sus convicciones; se abre a la posibilidad de que yo tenga razón, al menos en parte, y desea mejorar sus conocimientos merced a los míos. Es posible que mi explicación no le convenza y siga fiel a su posición. Aun suponiendo que él esté equivocado, ¿podríamos calificarlo de intolerante? De ningún modo, pues su fidelidad no equivale a terquedad, a voluntad de aferrarse a una idea sin dar razón de ella y sin querer tomar partido frente a otras. Él escucha otras opiniones, pero sigue pensando que éstas no superan a la suya en acercamiento a la verdad. Es tolerante.
II.Distintas formas de tolerancia
Para proceder con rigor, debemos distinguir diversas formas de tolerancia y precisar el sentido y calidad de cada una de ellas.
1. En el plano fisiológico: Se emplea el verbo tolerar para indicar que se soporta un dolor o una incomodidad. Tolerar se reduce aquí a aguantar.
2. En el plano del trato personal: Caben varias formas de tolerancia. Pensemos en la relación de un padre con un hijo suyo que pasa las noches fuera de casa y llega de madrugada al hogar. El padre lo tolera, transige. Podría oponerse, si se trata de un hijo menor de edad, mas prefiere no hacerlo. Los motivos para ello pueden ser diferentes, y de tal diferencia pende la calidad de esa actitud tolerante.
- Tal vez tolere la costumbre del hijo para evitar males mayores y procure llegar a un acuerdo con él merced a una solución intermedia. Pero supongamos que el hijo no está dispuesto a la menor transacción. El intolerante es entonces el hijo. Si alguien le afea su conducta, indicándole que sus padres pasan las noches en vela debido a la preocupación, quizá conteste que "ése es su problema", el problema de sus padres. No busca el entendimiento con ellos, ajustándose a una conducta que esté justificada, que se ajuste a la comunidad de la familia, e incluso a sus propios bioritmos. Negarse de esa forma a buscar lo que es justo, porque responde a las condiciones de uno mismo y de los demás, es un rasgo de intolerancia.
- Es posible que el padre tolere la conducta del hijo porque confía en él, en su capacidad de evitar ocasiones de especial peligro. Ser tolerante significa aquí flexibilidad para acomodarse a un modo de proceder que es inadecuado pero no plantea demasiados problemas y resulta tolerable.
- Puede ser que el padre acepte esa conducta del hijo porque desea que éste "viva a tope" su juventud. La tolerancia cobra entonces un sentido de colaboración activa, en casos difícilmente justificable.
- Cabe también pensar que el padre se inhibe ante la conducta de su hijo, por extraña que resulte a sus costumbres, por adoptar una actitud "progresista", en el sentido de opuesta al orden establecido, a cauces y normas de tipo ético. Conducirse de forma tolerante implica, en este caso, nadar a favor de ciertas corrientes actuales, sin preocuparse de precisar si éstas responden a las exigencias más profundas del ser humano.
La calidad de cada una de estas formas de tolerancia es bien distinta y merece ser objeto de un análisis detenido, que aquí no podemos realizar.
3. En el plano de las ideas y opiniones: ¿Podemos decir en serio que, para ser tolerante, debemos aceptar todas las opiniones que puedan verterse en un debate? Suele considerarse como algo obvio e incontrovertible hoy día que "toda opinión es digna de respeto", y se tacha de intolerante a quien afirme que no siempre las opiniones merecen respeto. ¿Es justo tal reproche? Una opinión es respetable, honorable, digna de estima, si responde al papel que una persona debe jugar en la comunidad a la que pertenece. La persona se desarrolla creando vida de comunidad. Al hablar, al actuar, al escuchar, al escribir, al realizar cualquier acción dirigida a los demás, las personas debemos cuidarnos de que nuestra actividad colabore a la edificación de la vida común. Imagínate que hablo en público acerca de un tema importante que no conozco, y digo algo falso sobre ello. Esa falsedad contribuye a desorientar a mis oyentes.
III. Cuándo es válido un punto de vista
- En este momento nos sale al paso el difícil tema del perspectivismo. Se dice a menudo que cada persona ve la realidad desde su propia perspectiva y aporta siempre un punto de vista peculiar, que es tan válido como cualquier otro. ¿Es esto verdad? En un plano de la realidad sí, en otros no.
Empecemos por el plano físico. Si tú y yo contemplamos una sierra desde vertientes distintas, tomamos vistas diferentes de la misma. Ninguna puede considerarse como la única aceptable y válida. Si ambos tenemos buena vista, obtenemos escorzos de la sierra igualmente legítimos y fecundos en orden a un conocimiento completo de esa realidad. Cuando se trata de la contemplación de una realidad física, basta con disponer de los sentidos adecuados.
- De lo antedicho se desprende que el perspectivismo sólo es válido respecto a las realidades físicas, no respecto a las realidades que tienen un rango superior. Algo semejante ocurre con el relativismo y el subjetivismo. Hoy se dice con frecuencia: "Esta es mi opinión, ésta es mi verdad, y usted quédese con la suya". Con ello se da por supuesto que la verdad es relativa a cada sujeto porque pende de él. ¿Es esto aceptable? En todo acto de creatividad, de voluntad, de sentimiento y de conocimiento debe participar el sujeto. De acuerdo. Pero ¿sólo interviene el sujeto, es decir, el ser humano? De ningún modo.
En el plano físico, el sujeto es el que manda. Doy un golpe a un objeto y éste se desplaza. Yo actúo y él sufre el efecto de mi actuación. El esquema que vertebra este hecho es "acción-pasión".
En el plano estético, el ser humano, por bien dotado que esté, no puede ser creativo si no es en colaboración con otras realidades. Así, un intérprete musical necesita una partitura -que le revela una obra- y un instrumento -que le ofrece posibilidades de crear sonidos-. Toda actividad creativa, del orden que sea, la realiza el hombre -ser finito y menesteroso- en relación con otros seres, capaces de ofrecerle posibilidades de acción. A solas no puedo ser creativo, aunque fuera la persona más dotada del universo. Debo contar con realidades distintas y, en principio, externas, extrañas, ajenas. Al entrar en relación colaboradora con ellas, dejan de ser distantes, ajenas y extrañas para tornárseme íntimas, sin dejar de ser distintas.
- El que es incapaz de vivir el arte de esa forma relacional no entra en el campo de juego donde se alumbra la belleza. Decirlo no es ser intolerante; es constatar un hecho, que responde a una ley del desarrollo humano: la ley de la dualidad. Toda forma de creatividad humana es siempre relacional; requiere dos o más realidades que entren en colaboración. Yo tengo ciertas potencias: vista, oído, reflejos, imaginación, capacidad de manejar utensilios... Sólo con estas potencias no puedo ser creativo.
La creatividad siempre es abierta, relacional, dialógica. No lo olvidemos, porque esta ley de la naturaleza nos da una clave para entender a fondo, lúcidamente, lo que es e implica la verdadera tolerancia.
IV.La verdadera tolerancia se da a través de experiencias reversibles
La verdadera tolerancia no es mera permisividad, dictada por el afán de garantizar una mínima convivencia; no implica indiferencia ante la verdad y los valores; no supone aceptar que cada uno tiene su verdad y su forma propia de pensar por el hecho de pertenecer a una generación o a otra; no se reduce a afirmar que se respetan las opiniones ajenas, aunque no se les preste la menor atención. El que se proclama respetuoso con otra persona pero no le presta la atención necesaria para descubrir la parte de verdad que pueda tener no es tolerante; es indiferente, lo que supone una actitud bien distinta. Con frecuencia, en ciertas reuniones se concede el turno a cada asistente, pero pronto se advierte que todo está decidido previamente por el número de votos. Eso no es tolerancia; es un ataque a la razón; constituye una forma de violencia, no de mutuo entendimiento. Por tolerancia se entiende respetar al otro, pero no en sentido de indiferencia sino de estima. Yo te estimo como un ser capaz de tomar iniciativas, aportarme algo valioso, buscar conmigo la verdad.
Hemos llegado a la cuestión nuclear. Para ser tolerantes debemos partir de una convicción decisiva: El ser humano, por ser finito, puede encontrar toda la verdad, pero no la verdad toda. De modo semejante a como puedo encontrar en la calle a todo Juan, no a Juan todo, con la diversidad de vertientes que implica. Cuando Juan me sale al encuentro, no son sólo sus manos o sus ojos los que me saludan. Es toda su persona, pero no su persona en su trama entera de implicaciones. Por eso necesito más de un encuentro para ir conociendo los diversos aspectos de su personalidad. De modo semejante, a la verdad no llegamos de repente ni a solas. Necesitamos ir tomando diversos contactos con cada realidad, en distintos momentos y lugares.
V. Articulación interna del proceso de formación
Según la Filosofía actual, el hombre es un "ser-en-el-mundo"; necesita, para ser creativo y desarrollarse, las posibilidades que le ofrece el entorno. El que acepta la realidad como un gran "campo de posibilidades" en el que ha de crecer como persona se esfuerza por conceder a cada realidad todo su rango. Distingue, por ello, cuidadosamente los "objetos" y los "ámbitos". Objeto es una realidad mensurable, situable, ponderable, delimitable, asible... Un ámbito es una realidad que abarca cierto campo en diversos aspectos, porque es capaz de ofrecer posibilidades y recibir otras. Una persona no se reduce a lo que abarca su cuerpo. Es un centro de iniciativa; tiene deseos, ideas, sentimientos, proyectos; crea vínculos de todo orden; asume su destino; presenta una vertiente objetiva, por ser corpórea, pero supera toda delimitación; abarca cierto campo en diversos aspectos: el biológico, el estético, el ético, el profesional, el religioso... Es todo un "ámbito de vida".
Las experiencias reversibles encierran suma importancia en la vida humana porque implican siempre alguna dosis de creatividad. El poeta troquela el lenguaje, y el lenguaje nutre al poeta. El intérprete configura la obra musical, y ésta modela la actividad del intérprete... El hombre madura como persona a medida que realiza más experiencias reversibles y menos experiencias lineales, que van del sujeto al objeto y suponen una imposición del primero a la realidad circundante.
El fruto de las experiencias reversibles es el encuentro, acontecimiento que está en la base de todo proceso humano de desarrollo. El encuentro no viene dado por la mera vecindad física; supone un entreveramiento de dos realidades que no son meros objetos sino ámbitos. Entreverarse significa ofrecerse mutuamente posibilidades de acción, y enriquecerse.
Este proceso que conduce al encuentro es denominado de antiguo "éxtasis", ascenso a lo mejor de sí mismo.
El acontecimiento del encuentro es anulado por la entrega al "vértigo", proceso de fascinación que no exige nada al hombre, le promete todo y acaba quitándoselo todo. El vértigo de la ambición de poder y dominio parece garantizar una posición de supremacía y acaba asfixiando a quien se entrega a su embrujo.
El que siga el proceso que lleva al encuentro va descubriendo por sí mismo la riqueza que encierran para su vida las distintas formas de unidad. Este descubrimiento le hace ver con toda sencillez, sin el pathos moralizador que fustigaba Freud, la fecundidad que presenta una conducta ética recta, ajustada a las exigencias de la realidad.
Tal fecundidad es debida a los valores. Los valores son posibilidades de actuar con pleno sentido. Los valores auténticos no arrastran, atraen. No procede, por ello, imponer la realización de valores, y tanto más cuanto más altos son. Con razón afirmó Tertuliano que "no es propio de la religión obligar a la religión".
VI. La tolerancia auténtica se da en el encuentro
Una vez comprendido por dentro lo que es el encuentro y el papel que juegan los valores y la creatividad en el proceso de desarrollo de la personalidad humana, queda patente el sentido de la actitud tolerante. La tolerancia verdadera implica una forma de encuentro. No significa sólo aguantarse mutuamente para garantizar un mínimo de convivencia. Va más allá: intenta captar los valores positivos de la persona tolerada a fin de enriquecerse mutuamente.
Esta forma de entender la tolerancia sólo es posible si se ha cultivado el arte de jerarquizar debidamente los valores. Cuando se considera que el encuentro presenta un valor altísimo porque permite al hombre alcanzar el ideal de la unidad, se está en disposición de entrar en diálogo con personas o grupos que sostienen ideas y conductas distintas, incluso extrañas a las de uno. El valor supremo, el que decide nuestra conducta, no viene dado en este caso por el carácter confiado de lo que nos es próximo y afín, sino por la capacidad de crear auténticas formas de encuentro y buscar la verdad en común. Esta búsqueda y ese encuentro no exigen únicamente tolerarse, en sentido de aguantarse; piden respeto, entendido positivamente como estima, aprecio del valor básico del otro, en cuanto persona, y de los valores que pueda albergar. Esa estima se traduce en colaboración, oferta de posibilidades en orden a un mayor desarrollo de la personalidad.
Esta forma de tolerancia activa está años luz por encima de la mera indiferencia. La tolerancia inspirada en el escepticismo respecto a los valores se reduce a mero aguante. No tiene capacidad positiva de asumir las diferencias en atención precisamente a los valores de cada uno. Es una actitud interesada, porque responde al afán pacato de hacer posible al menos un grado mínimo de convivencia. El auténtico tolerante no es un espíritu blando que se pliega ante cualquier idea o conducta porque en el fondo no se compromete de verdad con ninguna. Es una persona que se halla entusiasmada con ciertos principios, orientaciones e ideales y los defiende con vigor. Sabe que la vida es un certamen y compite con fuerza, pero acepta gustosamente al adversario y se esfuerza por verlo en toda su gama de implicaciones y matices. Esta forma amplia de ver cada realidad como una trama de aspectos y relaciones está en la base de la auténtica tolerancia.
Fuente:
• La Tolerancia y la búsqueda en común de la verdad - Alfonso López Quintás
• La aparición de las nociones de tolerancia y libertad religiosa a partir de las guerras de religión y la Ilustración inglesa y francesa - Massimo Borghesi