No se puede hablar de filosofía sin hablar del filósofo: no se puede mencionar el mundo de las ideas sin hablar del hombre que es capaz de vivir esas ideas. Así, si tuviésemos que destacar una de las características fundamentales del filósofo, del hombre de Sabiduría, diríamos que reúne las condiciones del eterno buscador. Es un hombre de conquista, que dejará de buscar cuando, por fin, llegue a la Sabiduría; y no sabemos si entonces buscará otras cosas, hoy incompresibles e inasequibles para nosotros.
El filósofo es como un sabueso que va por los campos y bosques, por las montañas y por los ríos de la de la vida, detrás de unas huellas muy especiales. Busca el conocimiento real de todas las cosas. Se busca a sí mismo. Busca la Verdad, Busca, en una palabra, a Dios como raíz universal.
Pero, ¿por qué es tan largo y dificultoso su camino? ¿Acaso la Verdad no está en este mundo en que vivimos? ¿Es que Dios no se deja ver aquí? ¿Es necesario atravesar un infinito desierto nuestra vida manifiesta, nuestro entorno histórico, nuestras circunstancias para encontrar lo que buscamos más allá de estas fronteras? No.
Creemos que Dios y la Verdad están en este mundo, en nuestro ambiente, en nuestros logros y en nuestros problemas. Pero están cubiertos por una espesa capa de fango. Quedan disimulados bajo figuras grotescas, a tal punto que en muchas ocasiones la mentira ocupa el lugar de la Verdad sin que aparentemente nadie pueda desenmascararla; y el vacío interior y el descreimiento ocupan el sitio de los naturales impulsos del espíritu humano.
La habilidad del filósofo buscador consiste en hallar aquí y ahora, en medio de los errores y la ignorancia, en medio de la oscuridad y las trampas, aquellas realidades ocultas que esperan el esfuerzo de los hombres valientes para llegar a refulgir con todo su poder.
Se impone buscar, sin cansancio, sin desperdiciar la menor oportunidad de descubrir luces entre las tinieblas, de encontrar unas gotas de felicidad aun en medio de las desdichas, una partícula de Verdad entre tanta desorientación.
Lo importante es la meta, es usar los sentidos y la inteligencia como guías para llegar a ella.
El que sabe lo que busca y cómo hacerlo, ése es el FILOSOFO
El filósofo es como un sabueso que va por los campos y bosques, por las montañas y por los ríos de la de la vida, detrás de unas huellas muy especiales. Busca el conocimiento real de todas las cosas. Se busca a sí mismo. Busca la Verdad, Busca, en una palabra, a Dios como raíz universal.
Pero, ¿por qué es tan largo y dificultoso su camino? ¿Acaso la Verdad no está en este mundo en que vivimos? ¿Es que Dios no se deja ver aquí? ¿Es necesario atravesar un infinito desierto nuestra vida manifiesta, nuestro entorno histórico, nuestras circunstancias para encontrar lo que buscamos más allá de estas fronteras? No.
Creemos que Dios y la Verdad están en este mundo, en nuestro ambiente, en nuestros logros y en nuestros problemas. Pero están cubiertos por una espesa capa de fango. Quedan disimulados bajo figuras grotescas, a tal punto que en muchas ocasiones la mentira ocupa el lugar de la Verdad sin que aparentemente nadie pueda desenmascararla; y el vacío interior y el descreimiento ocupan el sitio de los naturales impulsos del espíritu humano.
La habilidad del filósofo buscador consiste en hallar aquí y ahora, en medio de los errores y la ignorancia, en medio de la oscuridad y las trampas, aquellas realidades ocultas que esperan el esfuerzo de los hombres valientes para llegar a refulgir con todo su poder.
Se impone buscar, sin cansancio, sin desperdiciar la menor oportunidad de descubrir luces entre las tinieblas, de encontrar unas gotas de felicidad aun en medio de las desdichas, una partícula de Verdad entre tanta desorientación.
Lo importante es la meta, es usar los sentidos y la inteligencia como guías para llegar a ella.
El que sabe lo que busca y cómo hacerlo, ése es el FILOSOFO