La filosofía del absurdo, llamada en ocasiones absurdismo, establece que los esfuerzos realizados por el ser humano para encontrar el significado absoluto y predeterminado dentro del universo fracasarán finalmente debido a que no existe tal significado (al menos en relación al hombre), caracterizándose así por su escepticismo en torno a los principios universales de la existencia. Por ende propugna que el significado de la existencia es la creación de un sentido particular puesto que la vida es insignificante por sí misma, y que la inexistencia de un significado supremo de la vida humana es una situación de regocijo y no de desolación, pues significa que cada individuo del género humano es libre para moldear su vida, edificándose su propio porvenir.
Pareciera inevitable encontrar en la tendencia humana a fundamentar, el origen de la concepción de lo absurdo. El hombre persigue constantemente el principio de razón . Nada es porque sí. Todo debe tener una causa o motivo que lo justifique. En el pensamiento religioso, tal causa "eficiente" es Dios, que obra, en tal concepción, como un artesano modelador y ordenador del cosmos. En la cosmovisión atea, tal expediente está vedado. Y de esta manera, el universo y todos los entes, sea en su existencia o en su esencia, son sin un motivo, causa o porqué. Cuando la carencia de esta justificación, que necesita la razón humana, se verifica, aparece la sensación del "sin sentido", o, en otros términos, del absurdo.
Podríamos decir que el ser humano siempre busca respuestas, la categoría del absurdo es una incorporación que la existencia humana y su específica racionalidad introducen en el mundo. La no justificación no es aceptada por la razón y, por consiguiente, se habla entonces de absurdo. El encadenamiento de causa-efecto es una necesidad de la razón, como filósofos de gigantesca talla han establecido. Lo que pareciera imperioso preguntar, ahondando -precisamente de modo filosófico- en esta cuestión, es: "¿por qué es imperioso que todo deba tener una causa?". Cuando esta necesidad a la que el hombre se siente arrastrado de modo natural se pone en tela de juicio, se desvanece la categoría de absurdidad de los seres y de un cosmos eterno o increado y al mismo tiempo, desprovisto de fundamentos.
Pareciera inevitable encontrar en la tendencia humana a fundamentar, el origen de la concepción de lo absurdo. El hombre persigue constantemente el principio de razón . Nada es porque sí. Todo debe tener una causa o motivo que lo justifique. En el pensamiento religioso, tal causa "eficiente" es Dios, que obra, en tal concepción, como un artesano modelador y ordenador del cosmos. En la cosmovisión atea, tal expediente está vedado. Y de esta manera, el universo y todos los entes, sea en su existencia o en su esencia, son sin un motivo, causa o porqué. Cuando la carencia de esta justificación, que necesita la razón humana, se verifica, aparece la sensación del "sin sentido", o, en otros términos, del absurdo.
Podríamos decir que el ser humano siempre busca respuestas, la categoría del absurdo es una incorporación que la existencia humana y su específica racionalidad introducen en el mundo. La no justificación no es aceptada por la razón y, por consiguiente, se habla entonces de absurdo. El encadenamiento de causa-efecto es una necesidad de la razón, como filósofos de gigantesca talla han establecido. Lo que pareciera imperioso preguntar, ahondando -precisamente de modo filosófico- en esta cuestión, es: "¿por qué es imperioso que todo deba tener una causa?". Cuando esta necesidad a la que el hombre se siente arrastrado de modo natural se pone en tela de juicio, se desvanece la categoría de absurdidad de los seres y de un cosmos eterno o increado y al mismo tiempo, desprovisto de fundamentos.