Alejandro Magno fue discipulo de Aristoteles cuando niño.
En 343 a.C. el rey de Macedonia Filipo II invitó a Aristóteles a hacerse cargo de la educación de su hijo Alejandro, que entonces contaba trece años de edad y que probablemente dejaba ver ya en su carácter la inteligencia y audacia que demostraría luego. Filipo deseaba para su hijo y heredero una esmerada formación, un buen dominio de la paideía, de la cultura y educación helenas, mejor que la que él mismo había tenido en su semibárbara Macedonia, y por eso deseaba procurarle un preceptor de gran altura intelectual.
La relación que a lo largo de tres años mantuvieron Aristóteles y Alejandro ha dado lugar a buen número de interpretaciones contrapuestas. Una de ellas es la expuesta por Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Para el gran filósofo alemán, Aristóteles “no menoscabó la espontaneidad de la gran naturaleza de Alejandro, pero le imprimió la profunda conciencia de lo verdadero y formó con el espíritu genial de su discípulo un espíritu plástico, semejante a una esfera que flota libremente en el éter […]. Platón no educó a ningún estadista, pero Aristóteles hizo un verdadero rey, que imperó, como guía y caudillo, sobre su ejército y sobre toda Grecia. En el extremo opuesto se sitúa el juicio de Bertrand Russell, quien en su Historia de la filosofía occidental afirma: “Supongo que su influencia fue nula. Alejandro era ambicioso y apasionado, se llevaba mal con su padre y, probablemente, era impaciente en el estudio. Aristóteles creía que ningún Estado debía tener más de cien mil ciudadanos y predicó la doctrina de la dorada mediocridad. No puedo imaginar que Alejandro considerara a Aristóteles de otra manera que como un viejo prosaico y pedante, impuesto por su padre para que no hiciera travesuras […]. En conjunto, el contacto entre estos dos hombres parece haber sido tan estéril como si hubieran vivido en mundos distintos”.
En 343 a.C. el rey de Macedonia Filipo II invitó a Aristóteles a hacerse cargo de la educación de su hijo Alejandro, que entonces contaba trece años de edad y que probablemente dejaba ver ya en su carácter la inteligencia y audacia que demostraría luego. Filipo deseaba para su hijo y heredero una esmerada formación, un buen dominio de la paideía, de la cultura y educación helenas, mejor que la que él mismo había tenido en su semibárbara Macedonia, y por eso deseaba procurarle un preceptor de gran altura intelectual.
La relación que a lo largo de tres años mantuvieron Aristóteles y Alejandro ha dado lugar a buen número de interpretaciones contrapuestas. Una de ellas es la expuesta por Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Para el gran filósofo alemán, Aristóteles “no menoscabó la espontaneidad de la gran naturaleza de Alejandro, pero le imprimió la profunda conciencia de lo verdadero y formó con el espíritu genial de su discípulo un espíritu plástico, semejante a una esfera que flota libremente en el éter […]. Platón no educó a ningún estadista, pero Aristóteles hizo un verdadero rey, que imperó, como guía y caudillo, sobre su ejército y sobre toda Grecia. En el extremo opuesto se sitúa el juicio de Bertrand Russell, quien en su Historia de la filosofía occidental afirma: “Supongo que su influencia fue nula. Alejandro era ambicioso y apasionado, se llevaba mal con su padre y, probablemente, era impaciente en el estudio. Aristóteles creía que ningún Estado debía tener más de cien mil ciudadanos y predicó la doctrina de la dorada mediocridad. No puedo imaginar que Alejandro considerara a Aristóteles de otra manera que como un viejo prosaico y pedante, impuesto por su padre para que no hiciera travesuras […]. En conjunto, el contacto entre estos dos hombres parece haber sido tan estéril como si hubieran vivido en mundos distintos”.