La interioridad.
Mientras que los seres infrahumanos se encuentran determinados respecto a su acción y si se trata del mundo animal -en el que se da el conocimiento sensible- esta acción se determina en función del estímulo más fuerte; en cambio, el ser humano, gracias a su libertad, es dueño de sus actos y es capaz de discernirlos desde la interioridad de la elección. Sólo el ser espiritual es capaz de interioridad. La persona es, por definición, espiritual y su espiritualidad se demuestra porque ni el conocimiento intelectual ni la acción volitiva dependen intrínsecamente de la materia.
El orden moral califica no sólo los actos externos, sino también los internos. Quien consiente libremente un hurto, quien decide robar, comete un acto de latrocinio -aun si por algún impedimento externo no llegara a su ejecución-. Quien se apodera de lo ajeno sin la justa anuencia de su legítimo dueño ignorando inculpablemente que el acto es ilícito, no comete inmoralidad alguna. La diferencia entre querer y tolerar, se da en el interior del sujeto. El orden de la intención de quien obra, se encuentra en el mundo de la interioridad.